Me costó irme del Lugar de La Comodidad, fuera llovía y
hacía frío y estaba bien allí, acurrucada junto al fuego leyendo mientras comía
manzanas asadas. Salía con Loba y Lucero para conocer el bosque y volvíamos
cansados, después de recorrer rincones cada día diferentes, a la acogedora
casa. No sé quién cuidaba el lugar, solo pude ver un gato dormilón que
ronroneaba en la planta de arriba y que a veces desaparecía sin saber cómo ni
por dónde salía. Dejé todo ordenado para que el próximo viajero encontrara el
Lugar como yo lo había encontrado y salimos temprano, cuando apenas amanecía.
Viajamos durante muchas horas y al oscurecer, cuando el sol acababa de ponerse,
llegamos a a puerta del Lugar del Sonido, pero ya no se podía pasar hasta el día siguiente.
Había otros viajeros que me informaron que La Puerta del Lugar del Sonido solo
se abría dos veces al día, al salir y al ponerse el sol: entonces sonaba el
“Gong” de la puerta y ésta se abría, pero ellos habían preferido esperar al día
siguiente para poder contar con la luz del día en su camino.
Me acerqué hasta la puerta y pude ver el Gong y también el
curioso “personaje” que guardaba la puerta y que, según me contaron, tan solo
se aparta cuando el Gong suena, para volver inmediatamente a su puesto en
cuando la última vibración del sonido se extinguía en el aire.
Busqué un lugar un poco apartado y al abrigo de unas rocas y
me acomodé con Loba y Lucero para dormir. Había dejado de llover y el cielo
estaba limpio y estrellado. Hacía frío, pero disfruté mirando el universo
mientras me llegaba el murmullo de voces del pequeño grupo de personas que
hablaban alrededor del fuego: “Dicen que ahí dentro cada uno oye solo su propio
sonido…” fue lo último que escuché y me dormí con esas palabras.
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