Conseguí llegar al Campo de las Mochilas Viejas y seguí el
consejo del grillo, empecé a sacar mis cosas seleccionando lo que quiero
quedarme y lo que debo dejar atrás. Hay que amontonarlo ordenadamente y
llevarlo a un contenedor para reciclar…algunas cosas he visto que se reciclan
simplemente tendiéndolas al sol y acaban convirtiéndose en una especie de
banderines tibetanos que el viento mueve poniendo color al paisaje. He decidido
quedarme solo con lo imprescindible. Es increíble lo que he llegado a acumular:
cajas de nudos que ya no sirven para atar, tubos y más tubos, ropas inservibles
(en realidad solo necesito una par o dos de zapatos y unos chandals). Libros
pesados que ya he leído y que ahora solo son un peso muerto, cajas de sueños
(bufff…que pesados pueden ser algunos sueños), folletos de viajes de sitios a
los que nunca iré, alguna cadena rota…y un sinfín de cosas más.
Entre lo que me he quedado está mi sombrero para el sol –por
aquí pega fuerte al mediodía-, mi capa para las noches frías, mi estuche de
supervivencia: el mapa, la brújula, el cuaderno de dibujo y mis pinturas. La
cantimplora para el agua, poquita ropa y algunos objetos personales que todavía
quiero mantener.
Al acabar el grillo me miraba burlón desde lo alto de una
hierba, hice ante él una reverencia y le di las gracias.
Espero que mañana podré continuar.
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