viernes, 9 de agosto de 2013

Retomando mi viaje...



He llegado al Páramo de los Pies Quietos, no entendía por qué se llamaba así, pero pronto encontré que los míos se volvían pesados y torpes, hasta que un grillo saltó sobre mi hombro y me explicó la razón: “Es por tu mochila, pesa demasiado”. “Tienes que ir al “Campo de las Mochilas Viejas” y ver de lo que puedes prescindir…o no podrás continuar. A partir de aquí tendrás que viajar con menos peso, en cada etapa menos peso…” y de un salto desapareció de nuevo. 

Conseguí llegar al Campo de las Mochilas Viejas y seguí el consejo del grillo, empecé a sacar mis cosas seleccionando lo que quiero quedarme y lo que debo dejar atrás. Hay que amontonarlo ordenadamente y llevarlo a un contenedor para reciclar…algunas cosas he visto que se reciclan simplemente tendiéndolas al sol y acaban convirtiéndose en una especie de banderines tibetanos que el viento mueve poniendo color al paisaje. He decidido quedarme solo con lo imprescindible. Es increíble lo que he llegado a acumular: cajas de nudos que ya no sirven para atar, tubos y más tubos, ropas inservibles (en realidad solo necesito una par o dos de zapatos y unos chandals). Libros pesados que ya he leído y que ahora solo son un peso muerto, cajas de sueños (bufff…que pesados pueden ser algunos sueños), folletos de viajes de sitios a los que nunca iré, alguna cadena rota…y un sinfín de cosas más.
Entre lo que me he quedado está mi sombrero para el sol –por aquí pega fuerte al mediodía-, mi capa para las noches frías, mi estuche de supervivencia: el mapa, la brújula, el cuaderno de dibujo y mis pinturas. La cantimplora para el agua, poquita ropa y algunos objetos personales que todavía quiero mantener.
Al acabar el grillo me miraba burlón desde lo alto de una hierba, hice ante él una reverencia y le di las gracias.
Espero que mañana podré continuar.

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